EL MUSICAR ¡SOS VOS!


Justo esta tarde, un chico de 5 años con el que tocaba algunos acordes en la guitarra, decidió dejar de tocar la canción, puso la guitarra a un lado y comenzó a brincar… ¡Y brincamos juntos!

Nunca estuve matriculada en clases de música durante mi infancia. Sin embargo, no significa que no la viví. Crecí en una familia de músicos, donde el menú musical iba desde rock progresivo de los años setenta, pasando por jazz, boleros, hasta la música disco. Mi madre, embarazada, asistía frecuentemente a conciertos donde mi padre debía presentarse. De niña, recuerdo quedarme dormida frente a parlantes enormes en medio de los conciertos sin problema alguno. Recuerdo una casa llena de guitarras, bajos, la batería de mi hermano, cables enredados y torres de casetes, acetatos y discos. Mis experiencias con la música solían incluir frases como: “Solo tocá esta nota y seguime el ritmo”, “Tocá con nosotros”, “Tenés que quitarte el miedo a cantar”, “No importa que solo te sepás esos acordes, con eso podés tocar”, “Podés componer tus propias canciones”, “Escuchá este nuevo disco”, entre otras.

No recibí clases de música de manera formal cuando niña, pero, tomando prestadas las palabras de Christopher Small, “afirmé, exploré y celebré” cientos de relaciones por medio de la música. Aún así, pese a la gran dicha de disfrutar el musicar en familia, en algún momento se infiltró en aquella mente joven, un ideal de cómo debía ser un “buen” músico. Al verme constantemente rodeada de músicos talentosos con los que tocaba mi padre, al ver el crecimiento musical de los alumnos de mi padre, en medio de aquella polémica etapa adolescente, empecé a creer que mi potencial musical era muy bajo, incluso valorando la opción de desistir, de dejar de hacer música. Tal vez fue la insistencia de quienes me amaban, tal vez fue el tiempo y su capacidad de descifrar acertijos, tal vez fueron ambas cosas y algunos factores más. Empecé a encontrarme en la música.

Creo que tuve una fortuna y una virtud, como diría Maquiavelo. Mi fortuna fue encontrarme en una familia de músicos, que me permitió experimentar con diversos instrumentos sin una guía estructurada desde muy joven. Y en algún tipo de virtud, decidí enfrentarme al ámbito académico para que “no me contaran lo que es estudiar música en el ámbito formal”, y además, buscar un poco de orden para ese conocimiento musical que aparecía de modo espontáneo. En todo ese proceso, donde es indispensable ir desmintiendo los mitos que acompañan todo quehacer, he aprendido una cosa: la música no es algo etéreo e intangible, atrapado en algún artefacto, destinado solo a algún espacio para el cual se necesita un acceso especial, o un regalo solo para aquellos virtuosos, únicos dignos de crearla o recrearla; la música no es una cosa, son muchas. Y cada quien puede descubrir lo que ella puede ser y hacer, cuando los prejuicios se hacen a un lado.

¡Sí! ¡Brincamos juntos! Porque ambos entendimos que la música podía ser también movimiento.

(El anterior es un extracto de una narrativa de Fabiola Chaves Jiménez, bajista y joven educadora musical costarricense, antigua participante de Proyecto Musicar.)

Hacé click aquí para ver a Fabiola improvisando al bajo en vivo, y contando más sobre su visión del Musicar.